10.1.05

SERIE: La Visión Budista de la Vida: Los diez estados del ser

Este es el primero de una serie sobre los 10 Estados del Ser (La visión de la vida del Budismo de Nichiren Daishonin)

Del infierno al estado de Buda (1)

Tras veinte años de atrocidades y masacres, la guerra de Vietnam llegó a su fin. Más allá de la espantosa cifra de víctimas, uno se pregunta cuántas vidas han sido torcidas y deformadas por las décadas de lucha.

Hacia fines de 1972, un corresponsal japonés que volvía de Hue informó que los vietnamitas tenían miedo a la paz. Eso no significaba que el pueblo no quisiera la paz, sino que ignoraban lo que era y lo que les depararía. La guerra era algo conocido. La paz, en cambio, una incógnita. Para los que tenemos la buena suerte de estar habituados a ella, hay algo irreal en todo esto. Es muy triste pensar que en Vietnam, hoy en día, hay muy pocas personas con edad suficiente como para haber experimentado un estado de paz.

Después de haber sobrevivido, de algún modo, a una guerra infernal, este infortunado pueblo tiene ahora que preguntarse ¿qué es la paz? Hay toda una generación que sólo sabe de combates, bombas y tierra quemada. Por mucho que hayan deseado, de tanto en tanto, un modo de vida más humano, en cada oportunidad esa esperanza se ha convertido rápidamente en desconfianza y desesperación. En la vida de esa gente, lo único seguro ha sido la muerte.

En mi opinión, el peor de los males de la guerra es que aniquila el normal deseo humano de paz. Todo el mundo odia la guerra. Todo el mundo ansía vivir en paz. Pero la guerra, cuando llega, sepulta el natural impulso hacia la existencia pacífica en un pantano de dudas y temores. Por eso la guerra es el infierno.

Cuando yo era niño me austaba la idea del infierno. Para mí era un sitio horrible en la otra vida, poblado por perros crueles y demonios más crueles todavía; sabía que, si no me portaba bien, iría allí. En la actualidad los niños se ríen de los infiernos de ese tipo. Los extraños monstruos que ven en las historietas y en la televisión les parecen más reales que esos demonios y esos perros que me aterrorizaban a mí.

El infierno no es, por cierto, una creación imaginaria. Existe en nuestra propia vida, aquí en la Tierra. Infierno es el tormento que sufrimos en la vida, y no hay infierno peor, entre los fabricados por el hombre, que la guerra.

El infierno es el tormento último. En sus “Escritos de Año Nuevo”, Nichiren Daishonin dice: “Ante todo, en cuanto al interrogante de dónde están, verdaderamente, el infierno y el Buda, un sutra dice que el infierno existe bajo tierra y otro sutra dice que el Buda está en el Oeste. Sin embargo, una investigación más ajustada revela que ambos existen en nuestro metro y medio de estatura”.

En el budismo es siempre importante mirar dentro el yo íntimo para examinar los sentimientos propios con respecto a la vida. Podemos engañar a otros sobre nuestros verdaderos sentimientos, pero en último término no nos es posible autoengañarnos. Si uno se siente atormentado por una angustia sin alivio, está en el Infierno. Si se siente completamente feliz por dentro y por fuera, experimenta un toque del estado de Buda. Cada una de las tres mil setecientos millones de personas que hay en el mundo es diferente a los demás, pero todos tenemos algunas cosas en común. Todos conocemos la felicidad, la tristeza, el dolor, la alegría, el miedo y otras emociones básicas. Nuestras cualidades comunes, que trascienden las cuestiones de raza o color, son parte de nuestro sentido del yo. El sentido del yo es, en otras palabras, la base común compartida por toda la humanidad.

Aunque el yo es un denominador común, el estado interior del yo varía en cada individuo. El budismo reconoce diez estados o reinos en donde puede existir el yo individual. En el sentido universal, son diez categorías de existencia en las cuales caen todos los seres vivos en cualquier momento. Las denominamos Diez Mundos o Estados, y son: Infierno, Hambre, Animalidad, Enojo, Humanidad, Exaltación, Aprendizaje, Comprensión, Bodhisattva y Buda.

Casi todas las personas con quienes hablo de los Diez Estados tienden a considerarlos como diez mundos diferentes. Esto se debe, sin duda, a que han interpretado los nombres tradicionales demasiado literalmente. El segundo estado, por ejemplo, se escribe en japonés y en chino con caracteres que significan “el mundo de las almas hambrientas”; los caracteres del tercer estado significan “el mundo de las bestias”. Estos términos sugieren sitios separados de nuestro propio mundo, habitados por criaturas diferentes de nosotros. En realidad, cada uno de esos estados puede existir (y existe) dentro de un mismo ser humano, como la naturaleza siempre cambiante de su ser. Dicho simplemente, no hace falta morir e ir a otro mundo para estar en el infierno, para convertirnos en una bestia o en un alma hambrienta.

Nichiren Daishonin explicó los Diez Mundos, aplicados a los seres humanos, con las palabras mas claras. En El verdadero Objeto de Veneración, escribió: “Cuando miramos el rostro de una persona, de vez en cuando, la encontramos alegre, a veces furiosa y a veces serena. En oportunidades, en el rostro de esa persona aparece la codicia; en otras, la estupidez; a veces, la perversidad. La ira es el mundo de Infierno; la codicia, el del Hambre; la estupidez, el de la Animalidad; la perversidad, el del Enojo; la alegría, el de la Exaltación, la serenidad pertenece a la Humanidad”.

Creo que este párrafo es una excelente ilustración de la penetración de Nichiren Daishonin en el ser humano. El comprendió que, por muy bien que una persona se presentara ante los demás, podía estar en el infierno; por muy dueña de sí que pareciera, podía hallarse en una condición de hambre espiritual. Los nombres tradicionales de los Diez Estados son representaciones vívidas del estado en que puede encontrarse el ser, ya sea una persona dominada por una pasión impulsiva, absorbida por el egoísmo, sin las directivas de la inteligencia ni la conciencia o llena de júbilo y vitalidad. Los Diez Estados son abstractos en cuanto son generalidades extraídas de la experiencia humana. Después de haber tomado en cuenta las diversas condiciones en las que puede existir el yo, los filósofos budistas llegaron a la conclusión de que existen esas diez condiciones básicas.

El número no es casual, ni fue elegido porque diez sea la base del sistema métrico decimal, ni cosa alguna por el estilo. Fue elegido de modo tal que lo incluyera todo, por una parte, y por otra para buscar el número de categorías más reducido posible. Enumerar ocho hubiera requerido combinar dos estados esencialmente distintos; doce, dividir lo que son dos estados esenciales para formar cuatro.

Puedo asegurar que el tema está bien pensado, y me gustaría dar un ejemplo o dos. Analicemos, por ejemplo, el tormento, que corresponde al estado de Infierno. Hay muchos tipos de tormento: el de una persona atacada de una enfermedad incurable, el de una mujer cuyo esposo bebe demasiado y no puede mantener a su familia, el de una madre cuyo hijo es delincuente, el del hombre cuya hija lleva una vida airada. Las situaciones son diferentes, cada una en sus propios matices, pero las personas afectadas se parecen en cuando llevan una vida de sufrimiento y ese sufrimiento es reconocido por otros como tal. La persona que, de algún modo, ha logrado recuperarse de una enfermedad que se creía incurable siente la angustia de quien está atacado por la misma enfermedad. La madre que ha perdido a un hijo siente el tormento del padre que debe enviar el suyo a la guerra. El dolor por otros puede no ser tan penoso como el personal, pero hay, en lo más íntimo del ser humano, algo que reconoce y comprende el sufrimiento y la angustia como tales. El tormento es un estado que todos podemos experimentar y comprender.

El estado de Animalidad o, según la terminología tradicional, “el mundo de las bestias”, es la condición en la cual el ser vive sólo por instinto. En este caso también existen numerosos tipos de instintos: el impulso sexual, el instinto de comer, de dormir, etc. Hay personas que viven para comer, otras que serían dichosas si pudieran dormir por el resto de la vida; hay quienes no pueden controlar el impulso sexual y quienes no logran abandonar las drogas. Todos son diferentes y llevan vidas diferentes, pero forman un grupo en cuanto a que se entregan a los instintos sin pensar, como animales.

Quien estudie los Diez Estados descubrirá que cada uno, en este sentido, es universal. Por otra parte, los estados no se superponen al punto de que se los pueda combinar. El tormento de querer comida sin cesar no es igual que la angustia de sufrir una enfermedad incurable. Tampoco son iguales los reinos del Hambre y el Infierno, pues en el Infierno ni siquiera queda deseo, sólo el desamparo y un sordo enojo del yo por verse inerme. En el Infierno no se pide a gritos lo que quiere: se gruñe en voz baja, pues se sabe que desear es inútil. Pero en el estado de Hambre hay un deseo constante, insaciable, pues es el deseo lo que crea el hambre. Se puede notar, también, que existe una diferencia entre el hambre cuya fuente es la voracidad y aquella que se origina en le instinto normal: tal es la diferencia entre quienes están en estado de Hambre y quienes permanecen en el inconsciente estado de Animalidad.

Se puede pasar de un estado a otro. La persona que no tiene apetito porque padece una fiebre alta o por un horrible dolor de muelas no se encuentra en estado de Hambre. Sería más acertado decir que está en el Infierno. Pero si baja la fiebre o si mejoran sus muelas, sólo para descubrir que no le permiten comer nada sólido, es posible que salga del Infierno para caer en el Hambre.

El tormento y la insaciabilidad, el enojo inerme y la codicia pura son diferentes entre sí; nosotros conocemos y sentimos la diferencia. Los estados caracterizados por estos sentimientos son cualitativamente diferentes y, por lo tanto, no se los puede combinar. En un nivel puramente práctico, una persona no tiene hambre cuando sufre un verdadero tormento; tampoco se enoja consigo misma cuando está llena de codicia.

Antes de adentrarnos en la idea de los Diez Estados, me gustaría señalar que cuanto estamos tratando es, a un tiempo, subjetivo y objetivo. Los Diez Estados se basan en el sentido subjetivo del ser que caracteriza la vida humana; en este sentido con categorías subjetivas. Al mismo tiempo, las normas para describir estas categorías son obviamente objetivas; por eso el concepto se desarrolla en ambos niveles: objetivo y subjetivo.

Desde el punto de vista objetivo, deberíamos comenzar por el análisis de la sustancia y el contenido del yo. ¿Qué características adquiere el yo en cada uno de los Diez Estados? ¿Es deseo, razón, compasión, egoísmo o qué? En segundo lugar, deberíamos pensar en los Diez Estados según el espacio vital y el tiempo vital. Por último, debemos considerar hasta qué punto se satisface la vida en cualquiera de esos estados y si es activo o pasivo, subjetivo y objetivo, si está libre o engrillado.

Más importante aún es, mediante el estudio de los Diez estados descubrir el modo de ayudar a vivir de un modo más humano, de evitar la guerra, la contaminación y los males sociales, medios para llevar a los individuos hacia la mejora del propio karma. Los Diez Estados pueden proporcionar una filosofía básica sobre la cual edificar una cultura y una sociedad más humanistas.

Necesitamos saber en qué estado o condición se encuentra el yo cuando provoca guerras y destrucciones del medio, así como cuando trabaja por la paz y la amistad. Esto, según creo, es un primer paso hacia el desarraigo de las malas causas que acarrean la falta de respeto por la vida humana y la negación de los derechos de todo ser humano a vivir. Debemos hallar los medios de revolucionar la vida a aquellos pueblos tan atormentados por la guerra que se preguntan qué es la paz. Debemos tratar de mostrarles cómo alimentarse de la fuerza vital fundamental que puede capacitarlos para vivir como auténticos seres humanos.

La filosofía de los Diez Estados es una filosofía pragmática. Posibilita al yo a elevarse por sobre el tormento y la desesperación para llevar una vida digna de ser vivida. Debemos tratar de desarrollar el concepto de los Diez Estados en sus formas más universales y cósmicas, que son la filosofía de la Mutua Posesión de los Diez Mundos y la teoría de los Tres Mil Mundos Posibles en cada Momento Vital. En resumen, debemos mostrar el camino desde los Diez Mundos pragmáticos hacia la sublime filosofía total de la vida que pueda servir como base para una nueva civilización humana, en la cual los pueblos deban preguntarse qué es la guerra.


Extracto tomado del Libro La Vida un Enigma. Daisaku Ikeda. Emecé editores, Alsina 2062, Buenos Aires, Argentina

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, estaba buscando otros complementos a la explicación tradicional de los 10 estsdos de la vida y ¡los encontré! Mil Gracias compañeros de Chile!!!!!. Stella, Viedma, Argentina

Anónimo dijo...

Creo que el entendimiento del sufrimiento nos ayuda a ser mejores, si lo entendemos, intentamos que otros no sufran lo mismo. por lo que la empatía es la base del entendmiento y la paz. pero ,¿qué sucede con los psicópatas? con las personas que no pueden sentir empatía?
gracias