19.1.05

Educación para un desarrollo sostenible

Por DAISAKU IKEDAEspecial para el Japan Times
The Japan Times onlineLunes, 22 de noviembre de 2004


El año 2005 marcará el inicio del Decenio de las Naciones Unidas para la Educación con miras al Desarrollo Sostenible. La Década ofrece una oportunidad vital para cristalizar progresos concretos que permitan colocar a la sociedad humana en el camino hacia la viabilidad. Más de la cuarta parte de las vidas humanas viven en condiciones de pobreza crónica. El hambre, los conflictos militares, los abusos a los derechos humanos, la degradación medioambiental y los cambios climáticos son todos amenazas para la dignidad humana – en realidad, para la supervivencia. Los cambios que enfrentamos son claros e inevitables.

El desarrollo sostenible ha sido definido como aquél que cubre las necesidades del presente sin que comprometa el que futuras generaciones puedan cubrir sus propias necesidades. Esto incluye aspectos tan diversos como la paz, la integridad ecológica y los derechos humanos, y nos exige una reevaluación de nuestro concepto de "progreso". Si se desea proporcionar la oportunidad para que todas las personas aprendan sobre los valores, el comportamiento y el estilo de vida que se requiere para el logro de una transformación positiva de la sociedad, la educación para el desarrollo sostenible debe encontrar un lugar central a lo largo de toda la serie de esfuerzos educativos que se realizan.

Puesto que el desarrollo sostenible es un concepto tan amplio, puede hacer que confluyan cuerpos de conocimiento que, de otra manera, serían desconocidos; puede dar también apertura a nuevas y emocionantes posibilidades para la colaboración multidisciplinaria y para la “cross-fertilization”. Pero es especialmente vital que nos enfoquemos en los niños y en los adultos jóvenes. Al mismo tiempo, la educación para un desarrollo sostenible debe involucrar activamente cuerpos tradicionales de conocimiento y sitios informales de aprendizaje como son la familia, la fábrica y la comunidad local.

Para lograr lo sostenible, tendremos que hacer uso de las más ricas fuentes de sabiduría con que la humanidad ha contado tanto en el pasado como en el presente, y ponerlas al servicio del futuro que todos debemos compartir. La Carta de la Tierra, una declaración de valores y principios compartidos que fue pulida y formulada mediante un proceso de diálogo sostenido en el que estuvieron involucrados representantes de las tradiciones culturales y espirituales del mundo, expresa los retos de un modo conciso: “Debemos unirnos para crear una sociedad global sostenible fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz. En torno a este fin, es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad unos hacia otros, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras”. En lo más fundamental, nuestra supervivencia gira en torno a que logremos un cambio profundo dentro de los seres humanos mismos. Solamente una reorientación en la vida interior de la humanidad nos permitirá estar a la altura de los extraordinarios retos que enfrentamos.

En una ocasión anterior propuse los siguientes tres atributos para una ciudadanía global: - Sabiduría para percibir la interconexión entre la vida y todo lo que existe. - Valentía para no temer o negar las diferencias y para, por el contrario, respetar a las personas de las diversas culturas, luchando por comprenderlas, y por crecer gracias al contacto con ellas. - Compasión para mantener una empatía imaginativa que llegue más allá de nuestro entorno inmediato y que se extienda hasta los que sufren en lugares distantes. Creo que el proceso de desarrollo y fortalecimiento de estas cualidades se halla en las bases de la educación para el desarrollo sostenible. Desde el punto de vista budista, nuestro objetivo más apremiante está en comprender las fuerzas internas que yacen dentro del corazón humano y que llevan a las personas a romper y dañar la armonía con el medio ambiente natural y con las demás personas, en un acto que, en fin de cuentas, es autodestructivo.

El budismo considera que la incapacidad para reconocer la realidad de la interconexión es "oscuridad fundamental" o ignorancia. Esto significa desconocimiento de la red de interdependencia que sustenta nuestra existencia en el planeta. Es la falta de capacidad o rechazo para percibir las cadenas de causas y efectos mediante las cuales nuestras acciones influyen sobre nuestro alrededor, de maneras que, a la larga, impactan nuestras propias vidas. Es la fría brutalidad y la estupidez lo que nos hace ver que la miseria de los demás pudiera ser la base de nuestra propia felicidad. Esta actitud se refleja tristemente en patrones de consumo de recursos que socavan los sistemas de vida del planeta en el que vivimos. Un nuevo despertar a la realidad de nuestra interconexión e interdependencia debe tomar forma concreta en los esfuerzos por extender la solidaridad y la preocupación hacia aquellos con quienes compartimos este breve lapso de la historia de nuestro planeta.

Debemos aprender a actuar hoy con sentido de responsabilidad hacia las generaciones que nos sucederán. Jamás debemos rendirnos ante las fuerzas del odio y la división que amenazan en el mundo, ni ante el sentido envenenado de futilidad e impotencia que el odio y la división dejan. Dentro de la grandiosa red interconectada de seres, cada persona tiene un propósito único que llevar a cabo, una contribución que sólo él o ella puede hacer realidad. Incluso si las personas se ven involucradas en un comportamiento problemático, no debemos caer en la tentación de considerar que las personas son un problema.

Debemos, por el contrario, aprender a considerar que cada individuo es una fuente de potencial realmente ilimitado. También debemos recordar que la sabiduría y la comprensión para resolver los más apremiantes retos ya existen como posibilidades escondidas e inexploradas dentro de los corazones de las personas que están vivas hoy y, muy especialmente, en los corazones y las mentes de los jóvenes.

Para que la educación para lo sostenible sea efectiva debe estar enraizada en una fe profunda en la humanidad – en la determinación de despertar a la sociedad humana mediante los entrelazados procesos del aprendizaje, la reflexión y el empoderamiento. El fundador de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi, fue un educador; su primer trabajo, "La geografía de la vida humana", escrita en 1903, ofrece una exploración detallada de la interrelación entre la humanidad y su ambiente natural. Al inicio de ese libro, Makiguchi describe los objetos de su estudio, los diversos accesorios de la vida diaria, señalando que estos son, de hecho, resultados de labores de personas de otras tierras.

En su trabajo, podemos sentir el pulso común y escuchar la respiración compartida del yo y el otro, de personas cercanas y lejanas que no vemos, cuyas vidas están vinculadas a las nuestras en relaciones de apoyo mutuo. Sus esfuerzos como educador se enfocaron en capacitar a los niños para desarrollar una valoración concreta a las relaciones que nos conectan a los unos con los otros, con el ambiente natural y con el mundo. Makiguchi señaló el hecho de que aunque los humanos no podemos crear materia, podemos crear valor. Él vio el desarrollo de la sabiduría como la clave para hacer que los niños aumenten su capacidad para hacer que el mundo sea un lugar más sano, más hermoso, mejor. Creo que esta captación – que nuestra capacidad para crear valor no está intrínsicamente limitada por los recursos físicos que tenemos a nuestra disposición – apunta hacia un aspecto medular de lo sustentable: ¿Dónde encontrar la sabiduría para hacer más con menos? ¿Cómo crear ilimitado valor a partir de un limitado recurso natural, de modo que todas las personas – las de hoy y las del futuro – puedan disfrutar de vidas dignas, cómodas y plenas?

La clave para este reto está en confrontar la naturaleza de los deseos humanos: que controlemos nuestros deseos o que nuestros deseos nos controlen a nosotros; que, según las palabras de un Sutra, nosotros seamos los maestros de nuestras mentes o que nuestras mentes sean nuestros maestros. El budismo enseña que los deseos se pueden transformar. La sed de justicia es un deseo, como también lo es el deseo de liberar al mundo de sufrimiento innecesario. La valentía, la sabiduría y la compasión, cualidades que mencioné anteriormente, pueden actuar para liberar estas formas más elevadas del deseo, para animar a la reflexión, a la acción y a la transformación.

El éxito del Decenio de las Naciones Unidas para la Educación con miras al Desarrollo Sostenible dependerá de si la educación puede tocar las vidas de las personas al más profundo nivel. Los esfuerzos para el futuro que provienen directo del corazón tienen el poder para cambiar el mundo. Daisaku Ikeda es presidente de la Soka Gakkai Internacional y fundador de la Universidad Soka.

Una versión ampliada de este artículo aparecerá en la edición de febrero de 2005 del Development Education Journal ( www.dea.org.uk)