11.1.05

La época del "soft power" y la filosofía de la motivación interna

Texto completo del discurso pronunciado por el presidente de la Soka Gakkai Internacional, Dr. Daisaku Ikeda, en la Escuela de Ciencias Políticas "John F Kennedy', de la Universidad de Harvard, el 26 de septiembre de 1991.


Con la colaboración de
AVIER S MASKIN

Los recientes cambios políticos vividos por la Unión Soviética han conmovido al mundo. Así, permitieron observar con toda nitidez la incontenible corriente de una tendencia histórica que el profesor Nye y otros han definido, en estos años, como el surgimiento del soft power (poder moderado).
En otras palabras, en el pasado la fuerza motriz de la historia fue el hard power (poder duro), que se manifestaba en forma de poder militar, autoridad política y riqueza. Lo que presenciamos en los años recientes, no obstante, fue una disminución en la importancia relativa de este factor, para dar paso, en cambio, a un incremento notable en la relevancia del soft power, representado por factores como el conocimiento, la información, la cultura, las ideas y los sistemas.


Pienso que esta tendencia puede apreciarse claramente en el reciente conflicto del Golfo. Lo que en un principio pareció ser un clásico ejemplo de aplicación del hard power (de poderío militar), nunca podría haberse producido sin asegurar primero él soft power, representando por el apoyo de las Naciones Unidas (una modalidad de sistema) y de la opinión pública internacional. Creo que la misión histórica de quienes vivimos en esta era es fortalecer y tornar irreversible esta tendencia, que se aleja del hard power en dirección a su forma opuesta.

En tal sentido, quisiera proponer la motivación interna como la clave más importante para abrir la senda hacia una era de soft power. A lo largo de los tiempos, los sistemas de hard power han utilizado con éxito las herramientas establecidas de la opresión o la coerción para movilizar a los pueblos hacia determinadas metas. Con todo, lo que caracteriza al soft power es que, por contraste, se basa en una energía nacida desde el interior del hombre, que deriva de un estimulo interno que se crea mediante el consenso y el convencimiento de los seres humanos. Desde épocas antiguas, los procesos de soft power, que liberan las energías interiores del individuo, han sido considerados una característica propia de la filosofía en el sentido más amplio, es decir, la que está arraigada en la naturaleza religiosa y espiritual del hombre.

A menos que una era de soft power se vea sustentada en esta clase de cimiento filosófico -es decir, a menos que haya un fortalecimiento correlativo en los recursos y procesos internos del individuo-, no será más que un período de «fascismo sonriente". En un<' sociedad así, la información y el conocimiento, a pesar de abundar estarían sujetos a la hábil manipulación de quienes ejercen e poder; y un pueblo carente de sabiduría sería fácil presa de semejante manipulación. Por tanto, no es exagerado afirmar que el factor esencial para mantener y acelerar la tendencia hacia el soft power reside en la filosofía.

La motivación interna
Me gustaría brindar un ejemplo, con el ánimo de poder ilustrar nítida y simbólicamente lo que llamamos "motivación interna". En sus célebres Les Provinciales (cartas provinciales), Blaise Pascal ataca el complejo sistema de "precedentes de la conciencia que habían establecido de los jesuitas para facilitar la labor misionera. Creo que la naturaleza de su crítica permite ver con notable claridad la diferencia fundamental entre la motivación de origen interno y la que es impuesta desde afuera.

Como sabrán, los jesuitas hablan desarrollado un sistema de fe y de propagación muy elaborado. (Tanto, que donde resultaba conveniente hacerlo, permitía: a los creyentes reverenciar deidades no cristianas.) Como Jansenista, Pascal subrayaba la importancia de la función interior de la con ciencia y denunciaba como una distorsión el uso de la autoridad eclesiástica para establecer e imponer en la conciencia normas preceptos predeterminados. El pensador describe esta práctica con las siguientes palabras: "Tal era el plan que seguían en las India y en la China donde permitían que los cristianos practicaran la idolatría, con ayuda de este ingenioso ardid: Hacían que sus conversos ocultaran bajo las ropas una imagen de Jesucristo, a1 cual les enseñaban a transferir mentalmente las adoraciones que ofrecían, ostensiblemente, al ídolo (de Shakyamuni o de Confucio)"

Pascal no necesariamente condena la práctica en sí: reconoce que hay ocasiones en las que, tal vez, sea necesaria. Sin embargo, la decisión de disimular sólo puede alcanzarse mediante un proceso de contemplación, de introspección, de auto cuestionamiento. Ese proceso, en si, no es más que la función de la conciencia dirigida motivada en su interior. Si se establece una norma o premisa a tal decisión y se lo fija desde afuera, se evita este penoso proceso. La conciencia, en lugar de desarrollarse, se atrofia y declina.

Aquello que los jesuitas denominaban "precedentes de la conciencia", para Pascal no era más que un servil sucumbir al deseo de respuestas fáciles que padecía la mayoría. Las críticas de Pascal van más allá del contexto histórico particular de su época y brindan una rica reflexión alrededor de la pregunta universal sobre la naturaleza de la conciencia humana.

Aunque tal vez no se acerquen a la pureza que se habría requerido para satisfacer a Pascal, creo que los Estados Unidos del siglo XIX, vistos con la agudeza analítica sin parangón de Alexis de Tocqueville, proveen uno de los raros casos históricos en que el tenor de toda una sociedad se vio alimentado por el énfasis en la función interior del alma.

La espiritualidad norteamericana
Cuando Tocqueville visitó los Estados Unidos, medio siglo después de su fundación, se sintió impresionado por la simplicidad de la práctica religiosa que llevaban los norteamericanos y, a la vez, por la sinceridad y el vigor de sus sentimientos. Así lo describe en un fragmento de La democracia en los Estados Unidos: "...Mi objeto pasó a ser (...) inquirir cómo fue que la verdadera autoridad de la religión se vio incrementada por aquel estado de cosas que precisamente disminuía su fuerza aparente..."

La Iglesia Católica que Tocqueville conocía en Francia se caracterizaba por sus complejos y elaborados rituales y formalidades, cuyo efecto era, a menudo, restringir y oprimir el espíritu. Por ello, Tocqueville había supuesto que toda reducción en la "fuerza aparente" de la Iglesia -sus rituales y formalidades- liberaría a los hombres de sus imposiciones externas y, en consecuencia, determinaría una pérdida o un debilitamiento en el espíritu de su fe. Sin embargo, las condiciones que encontró en los Estados Unidos fueron completamente opuestas. Para citarlo una vez más: "No he visto otro país donde el Cristianismo se vistiese con formas, figuras y observancias menores que en los Estados Unidos, ni en el cual presentara nociones más simples, nítidas o comúnmente aceptables al espíritu humano"

Pareciera como si Tocqueville simplemente comparase el formalismo del catolicismo en Francia con el espíritu floreciente del puritanismo en los Estados Unidos. Pero, desde un punto de vista más amplio, podemos decir que lo que en realidad está ensalzando es la religiosidad generada en el interior que, sublimada en su forma más pura, había llegado a constituir el tono espiritual característico de este país.

De más está decir que todas las religiones que dejan una impronta perdurable en el ser humano y en la sociedad deben actuar tanto en el nivel personal como en el institucional. Todas las grandes religiones, basadas en una verdad o entidad absoluta, y allende las diferencias de raza, clase o posición social, enseñan el respeto o la reverencia por el individuo. No obstante, a medida que la convicción religiosa evoluciona y da lugar a movimientos religiosos, surge la necesidad de configurar una organización. Los aspectos institucionales de la religión deben adaptarse constantemente a las condiciones fluctuantes de la sociedad y, en mi opinión, deberían sustentar los aspectos personales e individuales de la creencia, a los cuales habría que conceder prioridad.

Con todo e infortunadamente, lo cierto es que pocos movimientos religiosos han podido evitar el riesgo de la osificación organizativa. El desarrollo de los aspectos institucionales termina por sofocar y restringir a los seres humanos, cuando, en un principio, el propósito de la religión era servirlos. Los poderes coercitivos externos de las instituciones religiosas y los rituales que de ellos se derivan asfixian los poderes internos y espontáneos de la fe y, como resultado, lo que acaba por perderse es la pureza primigenia de la creencia. Ya que esto es tan común, tendemos a olvidar que representa lo inverso a la auténtica función que cabría esperar de una religión.

Tocqueville consideraba digno de especial mención el hecho de que la comunidad religiosa norteamericana hubiese eludido esta clase de desviaciones y de que el pueblo estadounidense hubiese mantenido la pureza esencial la fe. Esta pureza -así como la medida en la cual se consideraba a la religión como cuestión de índole interior- se expresa sucintamente en las observaciones que vertió Ralph Waldo Emerson en el Divinity College, Cambridge, en 1838: "Lo que me muestra a Dios dentro de mí me fortalece. Lo que muestra a Dios fuera de mi me vuelve insignificante como una verruga o un grano".

Hay quienes sugieren que la amplia y optimista visión religiosa proclamada por Emerson y sus contemporáneos fue sólo un respiro feliz y transitorio en la situación espiritual de los tiempos modernos. Lo que precedió a éste fue una era de confabulación entre la religión establecida y la autoridad política. Lo que siguió fue una época de secularización, en que las cuestiones espirituales se vieron reducidas al nivel de una mera preocupación privada, despojada de la posibilidad de adquirir magnitudes mayores. Así y todo, no pienso que tengamos el derecho de relegar íntegramente al pasado este período especial ni tampoco sus frutos. Estas tradiciones, de una espiritualidad motivada en el interior, viven en las profundidades de la experiencia y de la conciencia histórica de los Estados Unidos.

Modernidad y autocontrol
Si volvemos la mirada al Japón moderno, nos costará bastante hallar ejemplos significativos de lo que podría definirse como "la manifestación del espíritu-motivada en su interior"
Como bien se sabe, una vez que el Japón se abrió al resto del mundo a mediados del siglo XIX, se lanzó de lleno al cumplimiento de políticas que tenían por fin equiparar y superar a las naciones industrializadas de Occidente. El gran escritor japonés Soseki Natsume llega a la raíz de la cuestión, cuando define este período como un proceso de civilización externamente impuesto. Y, sin duda, todos los modelos y las metas de la modernización provinieron desde afuera. Los japoneses de dicha época, en su prisa por ponerse al día no podían tomarse el tiempo necesario para elaborar las ideas de la modernidad en su interior.

Aquí desearía dar a conocer un episodio de la vida de Inazo Nitobe, educador del período Meiji que contribuyó al mejoramiento de las relaciones entre el Japón y Norteamérica. Una vez que Nitobe dialogaba sobre religión con un conocido belga, se le preguntó si el sistema japonés brindaba educación religiosa. Tras pensarlo detenidamente, Nitobe llegó a la conclusión de que la fuerza fundamental que dio forma al desarrollo espiritual del pueblo japonés, desde principios del siglo XVII hasta el siglo XIX, no había sido la religión en sí, sino el bushido, o el camino del samurai Luego, Nitobe escribió un libro en inglés, que lleva por título Bushido: The Saul of Japan (Bushido: El alma del Japón) y, por subtítulo, an Exposinon of Japanese Thought (Análisis del pensamiento japonés).

No me extenderé aquí sobre el contenido de este libro. Pero será suficiente con decir que hay varios puntos en común entre la espiritualidad del bushido y la filosofía del Protestantismo y el Puritanismo. Esto explica, en parte, el entusiasmo con que fueron acogidos en el Japón los escritos de Benjamín Franklin durante el período Meiji.
Sin embargo, lo más importante para los fines de esta alocución es el hecho de que la formación espiritual que inspiró el bushido en el pueblo japonés fue, en gran medida, motivada en el interior y proveniente de la vida interior de los individuos. La motivación interior implica autocontrol, actuar de un modo correcto y responsable, no porque seamos obligados a hacerlo, sino por propia voluntad y espontáneamente. Durante el período Edo, la incidencia de todas las formas de criminalidad y de corrupción fue incuestionablemente menor a la que se registra actualmente. Esto me mueve a pensar que la espiritualidad motivada en el interior ejerció una influencia. concreta en el funcionamiento de la sociedad japonesa. En tal sentido, recuerdo la observación de Tocqueville: "No hay país donde la justicia criminal se administre con (anta indulgencia como en los Estados Unidos".

Como el pueblo japonés de dicho período estaba motivado desde el interior pudo alcanzar un admirable grado de auto-control y de dominio propio, cualidades que dan una prueba esencial del humanismo. Estas cualidades espirituales contribuyeron a establecer relaciones humanas más fluidas y menos conflictivas, lo cual dio origen a una cultura única de belleza singular.

Edward S. Morse, graduado de Harvard que descubrió importantes sitios arqueológicos en el Japón, encontró una sorprendente belleza en la vida y en las costumbres de los japoneses. Walt Whitman también percibió un aire de dignidad en los emisarios japoneses que veía caminar por las avenidas de Manhattan. Los rasgos que señalaron estos agudos observadores se originan en una cultura arraigada en el auto-control y la motivación interior.

Encuentro de culturas
A partir del crecimiento económico relativo que alcanzó el Japón, las relaciones actuales entre los Estados Unidos y este país, si bien continúan siendo básicamente amistosas, se han visto teñidas, en años recientes, por una desarmonía que va en aumento. Los niveles más profundos de esta tensión entre ambas potencias se revelaron el año pasado, en las gestiones de Iniciativas sobre Impedimentos Estructurales, que tendieron a evidenciar fricciones de naturaleza más cultural que económica. Como es obvio, las culturas no siempre reaccionan amistosamente cuando se encuentran. Cuando se producen contactos entre las culturas, que comprometen a las costumbres culturales propias, profundamente arraigadas en la vida cotidiana de los pueblos, es muy fácil que surjan reacciones de aversión o inclusive de hostilidad. Nunca se exige de un pueblo tanto auto-control y disciplina motivados en el interior como cuando éste se enfrenta con la confusión y las tensiones que genera el choque cultural. Y es imposible lograr una participación legítima, a menos que haya un esfuerzo por crearla sobre la base del auto-control recíproco, en este plano espiritual interior.

Puede decirse que el Japón moderno ha mostrado la falta de este auto-control generado en el interior. Como resultado, el Japón ha tendido a vacilar entre el exceso de confianza propia, por un lado, y la ausencia de confianza en sí mismo, por el otro. O bien el Japón se ha mostrado innecesariamente obsequioso en sus relaciones con los países extranjeros, en especial con Occidente, o bien, como vemos hoy, incurre en un singular resurgimiento de su arrogancia sin otro fundamento que las últimas estadísticas del Producto Bruto Nacional. En vísperas del quincuagésimo aniversario del ataque japonés a Pearl Harbor, recuerdo con dolor la destrucción y el horror que puede generar la falta de una base filosófica que nutra el auto-control.

Dicho sea de paso, la obra de Nitobe, Bushido, desempeñó un grato papel en la "Conferencia de Portsmounth", donde se negoció el fin de la guerra ruso-japonesa. Poco después de que se iniciaran las hostilidades, el gobierno japonés envió a Kentaro Kaneko, miembro de la cámara de los Lores, rumbo a los Estados Unidos, para conseguir los buenos oficios del presidente Theodore Roosevelt en pos de negociar un arreglo. Kaneko había sido compañero de Roosevelt en Harvard, y los dos habían mantenido y fortalecido su vinculo en los años subsiguientes. Cuando el Presidente solicitó un libro donde se explicara la fuerza motriz subyacente en la personalidad y en la educación espiritual de los japoneses, Kaneko le ofreció un ejemplar de Bushido. Meses después, durante una reunión, el presidente Roosevelt dijo a Kaneko que la lectura del libro le había proporcionado una clara comprensión de la personalidad japonesa. Provisto de tal conocimiento, emprendió, con placer, la tarea de mediar en las negociaciones de paz. En la historia de las relaciones modernas entre los Estados Unidos y el Japón -que distaban de ser pacificas-, el episodio resplandece con la luz vivificante del entendimiento mutuo.

Como dije, Nitobe fue un pionero de la educación. Y, en tal sentido, me gustaría expresar mi esperanza en que el Centro de Investigaciones de la Cuenca del Pacifico, de la Universidad Soka de Los Ángeles, contribuya con sus esfuerzos a crear una nueva era en las relaciones entre ambos países, bajo la dirección del profesor Montgomery.

El origen dependiente
La tarea que hoy tenemos por delante es la de revivir las fuentes innatas de la energía humana, en un mundo de fin de-siecle marcado por la "desertización" espiritual. No es empresa fácil, ni para Japón ni para los Estados Unidos. En cuanto a esto, siento que la doctrina budista del origen dependiente puede efectuar un aporte valioso, en tanto revela el grado profundo e inextricable en que se entrelazan nuestros destinos.
El origen dependiente es uno de los conceptos budistas más importantes. Sostiene que todos los seres y fenómenos existen u ocurren en relación con otros seres o fenómenos. Todo se halla entrelazado en una intrincada red de causas y conexiones. Nada puede existir u ocurrir -en el mundo de los asuntos humanos ni en el de los fenómenos naturales- sólo por su única disposición. Según este enfoque, se otorga mayor importancia a las relaciones interdependientes entre los individuos que a cada sujeto en forma aislada.

Sin embargo, ciertos sagaces observadores de Occidente, como Henri Bergson y Alfred Whitehead, quienes impartieron cátedra en esta distinguida universidad, notaron que el énfasis excesivo en la interdependencia puede conducir a que se diluya la esfera de lo individual y a que disminuya la capacidad de participación activa en el mundo circundante. De hecho, esta suerte de pasividad que señalaron ha sido una pronunciada tendencia histórica en las culturas influidas por el pensamiento budista. Con todo, la esencia profunda del Budismo trasciende este nivel y ofrece una idea de la interrelación planteada en términos singularmente dinámicos, holisticos y generados en el interior.

Como mencioné al analizar los encuentros entre culturas distintas, no todas las relaciones son amistosas. Hay que reconocer la existencia real de intereses opuestos y hasta cierta hostilidad. ¿Qué hacer para alentar y promover las relaciones armoniosas? Considero que podría ver valioso citar aquí un episodio de la vida del Buda Shakyamuni.
Una vez, se le formuló la siguiente pregunta a Shakyamuni: "Se dice que la vida es preciosa. Pero toda la gente vive matando y consumiendo otros seres vivientes. ¿ Cuáles seres vivos debemos matar y cuáles no?". A esta sencilla expresión de duda Shakyamuni respondió: "Es suficiente con aniquilar el deseo de matar".
La respuesta de Shakyamuni no constituye una evasión ni un engaño. Se basa en el concepto de origen dependiente que mencioné antes. Lo que nos dice es que para buscar la relación armoniosa contenida en la idea del respecto por la dignidad de la vida, no debemos limitarnos al nivel fenoménico donde el conflicto y la hostilidad adquieren existencia innegable. El conflicto, en este caso, era saber cuáles seres vivos se podía matar y cuáles no. En cambio, debemos buscarla en un plano más profundo, donde sea realmente posible "aniquilar el deseo de matar". Esto trasciende la conciencia objetiva; se refiere a un estado de misericordia que va más allá de las distinciones entre el yo y el otro; se refiere a una energía misericordiosa que palpita en las profundidades de la vida subjetiva del hombre.

Es aquí donde se funden la vida individual y la del universo. No se trata de la negación simplista de la extinción del yo individual que critican Bergson y Whitehead, sino de la fusión del yo y del otro en el nivel más profundo. A la vez es la expansión del yo limitado por el egoísmo a un yo más vasto, de magnitud tan infinita e ilimitada como el universo mismo.

Las enseñanzas del Budismo que proclamamos contienen este fragmento "Sin la vida, no puede existir el ambiente...". En otras palabras, el Budismo considera la vida y su ambiente como dos aspectos integrales de una misma entidad. El mundo subjetivo del yo y el mundo objetivo del entorno no son vistos como opuestos o como una dualidad, pues mantienen una relación de inseparabilidad y de indivisibilidad. Esta unidad entre el ser y su ambiente no es una instancia estática, en la que una vez objetivados ambos se fusionan. El medio, que abarca todos los fenómenos universales, no puede existir si no es en relación dinámica con la actividad de la vida en sí, generada en el interior. Para nosotros, en términos prácticos, la pregunta más importante es cómo activar la fuente interna de energía y de sabiduría que existe en el seno de nuestra vida.

Para brindar un ejemplo familiar que continúe con los "precedentes de la conciencia", ya mencionados, a menudo se me pide que ofrezca orientación a parejas que piensan en divorciarse. Desde luego, el divorcio es una cuestión de índole privada que sólo puede ser decidida por las partes en juego. Sin embargo, yo aliento a que las parejas en esta situación recuerden que, según la perspectiva budista, es imposible construir la felicidad personal sobre los sufrimientos de los demás, y les pido que tengan esto en cuenta al tomar una decisión.

Para enfrentar de lleno una difícil situación como esta, hacen falta una reflexión penosa y paciencia. Pero, es a 10 largo de este proceso donde uno puede fortalecer y disciplinar las funciones interiores de la conciencia, que Pascal tanto valoró, y minimizar la destrucción y la ruptura de las relaciones humanas que podrían resultar.

En la sociedad contemporánea, no hay necesidades tan acuciantes como el dominio propio y el auto-control basados en una espiritualidad motivada en el interior. Estos valores no sólo alentarían un mayor respeto por la dignidad de la vida, sino que ayudarían a restaurar y rejuvenecer cualidades tan en jaque como la amistad, la confianza y el amor; esenciales para forjar lazos gratificantes y significativos entre los hombres, en un mundo donde las relaciones humanas se tornan cada vez más insípidas.

Mi deseo y mi convicción son que pronto veamos una restauración de la filosofía, en el sentido más amplio y socrático de la palabra. Sobre la base de una filosofía de esta naturaleza, podría dar su fruto más rico y genuino una época de soft power. En este período "sin frontera", esta filosofía de la motivación interna servirá como insignia de los ciudadanos del mundo. Estoy convencido de que Emerson, Thoreau y Whitman, esos grandes abanderados del Renacimiento Norteamericano cuyos ideales me inspiran un respeto sin mengua, fueron ciudadanos del mundo de este calibre.

Por último, quisiera compartir con ustedes esta estrofa del poema "Amistad", de Emerson, que gozó de mi predilección durante los años de mi juventud.

Oh. amigo, dijo mi pecho,
Sólo por ti el cielo se enarca,
por ti se encarna la rosa,
por ti adoptan todos las cosas
su forma más excelsa
y miran allende la tierra,
y nuestra suerte,
como molino que gira,
se ve tu valía como la senda del Sol.
También a mí me has enseñado,
con tu nobleza,
a domeñar lo desazón;
y cuánto más bellas se vuelven,
por gracia de tu amistad,
de mi vida las más recónditas fuentes...